Autor: Fabio Andrés
Olarte Artunduaga
Ya van más de dos mil niño en Colombia, registrados así
La actuación memorable
del equipo de todos, en la Copa del Mundo Brasil 2014, ha despertado las más
bajas pasiones entre nosotros los colombianos. En esta oportunidad, pasó algo
que pensé que podía llegar a pasar pero quería mejor no creerlo. Según el
periódico ADN casi 2 mil niños han sido registrados, en nuestro país, con
nombres como Pekérman, Mondragón, James y Jackson. Aunque esto, para muchos, no
es más que un acto pintoresco; es importante entender las repercusiones de
estos actos, irresponsables, de los padres en la vida de los nuevos huéspedes
de mi país indiferente.
El nombre de una
persona es, probablemente, su pertenencia más importante a lo largo de la vida.
De hecho, en el mundo jurídico, el nombre es considerado un atributo inherente
a la personalidad, es decir, sin nombre no hay persona. Toda persona tiene el
derecho y el deber de usar un nombre. Por desgracia, para millones de niños colombianos,
ese nombre lo eligen sus padres. Los Michael Ortiz, Steven Romero, Wilson López
y mucho más abundan entre nuestros paisanos. Claramente, ellos no son los
culpables de haber sido registrados por unos padres que, en la mayoría de los
casos, no saben pronunciar correctamente los nombres anglo.
¿Qué culpa tiene un
niño, a quién probablemente no le guste el fútbol, de llevar el apellido del
actual técnico de nuestro equipo de fútbol como su nombre? Imaginen ustedes la
vulnerabilidad que van a tener un Pekérman Erney Martínez o un Mondragón Ferney
Plazas al matoneo durante sus años escolares. El mal gusto de los padres, tíos,
abuelos y parientes lo padecen las indefensas criaturas, no ese grupo de gente
que decide algo tan importante con una botella de aguardiente en la mesa. Los
casos en Colombia son millones. Actualmente algunos compatriotas responden a
nombres estúpidos como Hamburguer o Walt Mart. Probablemente en Cali o Medellín
nos podemos cruzar con un Aristóteles o un Hitler. La verdad, y sin ánimo de
herir susceptibilidades no me quisiera con una de las Chilindrinas o Pandemias
que habitan Colombia. El amor a los hijos debería mostrarse con llamarlo por un
nombre que, al menos, el niño pueda decir cuando tenga 3 años. Para nadie es un
secreto que en los primeros años de colegio, seguramente, uno de los nuevos
James Jackson va a compartir salón con niños que, de manera inocente, van a
burlarse de su espantoso nombre dejando secuelas en la personalidad del menor.
La integridad de un niño, a quién registran con un nombre tan rebuscado, se ve
afectada desde el momento en que sus pequeños pies impregnan con tinta negra la
parte de atrás de su documento.
En Colombia, por todo
esto, debería pensarse en generar una ley de nombres. En muchos países del mundo
esto existe, así que no es algo tan ‘novedoso’ o polémico. En la Argentina el
Código Civil (El cual conozco perfectamente por mis labores académicas) prohíbe
inscribir a los hijos con ciertos nombres. Los nombres que sean extravagantes,
ridículos, contrarios a nuestras costumbres, que expresen o signifiquen
tendencias políticas o ideológicas, o que susciten equívocos respecto del sexo
de la persona a quien se impone, por ejemplo, no tienen opción ante el Registro
de Personas. Los nombres extranjeros, salvo los castellanizados por el uso o
cuando se tratare de los nombres de los padres del inscrito, si fuesen de fácil
pronunciación y no tuvieran traducción en el idioma nacional. Queda exceptuado
de esta prohibición el nombre que se quisiera imponer a los hijos de los
funcionarios o empleados extranjeros de las representaciones diplomáticas o
consulares acreditadas ante nuestro país, y de los miembros de misiones
públicas o privadas que tengan residencia transitoria en el territorio de la
República tampoco pueden ser una opción en este país, al igual que los
apellidos como nombres. Más de tres nombres y primeros nombres idénticos a los
de hermanos vivos tampoco pueden llevar los menores en la Argentina. Yo no creo
que haya un lector que no conozca a un William, Harry o George. Esto es una
necesidad para el pueblo colombiano; además de empezar a darnos un poco más de
amor por nuestro maravilloso castellano. Si usted admira tanto como yo a esos
héroes, llame así a un perro, gato o conejo, no a sus preciosos hijos.
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