jueves, 3 de julio de 2014

No le ponga a sus hijos: Pekérman, James o Jackson

Autor: Fabio Andrés Olarte Artunduaga

Ya van más de dos mil niño en Colombia, registrados así 

La actuación memorable del equipo de todos, en la Copa del Mundo Brasil 2014, ha despertado las más bajas pasiones entre nosotros los colombianos. En esta oportunidad, pasó algo que pensé que podía llegar a pasar pero quería mejor no creerlo. Según el periódico ADN casi 2 mil niños han sido registrados, en nuestro país, con nombres como Pekérman, Mondragón, James y Jackson. Aunque esto, para muchos, no es más que un acto pintoresco; es importante entender las repercusiones de estos actos, irresponsables, de los padres en la vida de los nuevos huéspedes de mi país indiferente.

El nombre de una persona es, probablemente, su pertenencia más importante a lo largo de la vida. De hecho, en el mundo jurídico, el nombre es considerado un atributo inherente a la personalidad, es decir, sin nombre no hay persona. Toda persona tiene el derecho y el deber de usar un nombre. Por desgracia, para millones de niños colombianos, ese nombre lo eligen sus padres. Los Michael Ortiz, Steven Romero, Wilson López y mucho más abundan entre nuestros paisanos. Claramente, ellos no son los culpables de haber sido registrados por unos padres que, en la mayoría de los casos, no saben pronunciar correctamente los nombres anglo.

¿Qué culpa tiene un niño, a quién probablemente no le guste el fútbol, de llevar el apellido del actual técnico de nuestro equipo de fútbol como su nombre? Imaginen ustedes la vulnerabilidad que van a tener un Pekérman Erney Martínez o un Mondragón Ferney Plazas al matoneo durante sus años escolares. El mal gusto de los padres, tíos, abuelos y parientes lo padecen las indefensas criaturas, no ese grupo de gente que decide algo tan importante con una botella de aguardiente en la mesa. Los casos en Colombia son millones. Actualmente algunos compatriotas responden a nombres estúpidos como Hamburguer o Walt Mart. Probablemente en Cali o Medellín nos podemos cruzar con un Aristóteles o un Hitler. La verdad, y sin ánimo de herir susceptibilidades no me quisiera con una de las Chilindrinas o Pandemias que habitan Colombia. El amor a los hijos debería mostrarse con llamarlo por un nombre que, al menos, el niño pueda decir cuando tenga 3 años. Para nadie es un secreto que en los primeros años de colegio, seguramente, uno de los nuevos James Jackson va a compartir salón con niños que, de manera inocente, van a burlarse de su espantoso nombre dejando secuelas en la personalidad del menor. La integridad de un niño, a quién registran con un nombre tan rebuscado, se ve afectada desde el momento en que sus pequeños pies impregnan con tinta negra la parte de atrás de su documento.

En Colombia, por todo esto, debería pensarse en generar una ley de nombres. En muchos países del mundo esto existe, así que no es algo tan ‘novedoso’ o polémico. En la Argentina el Código Civil (El cual conozco perfectamente por mis labores académicas) prohíbe inscribir a los hijos con ciertos nombres. Los nombres que sean extravagantes, ridículos, contrarios a nuestras costumbres, que expresen o signifiquen tendencias políticas o ideológicas, o que susciten equívocos respecto del sexo de la persona a quien se impone, por ejemplo, no tienen opción ante el Registro de Personas. Los nombres extranjeros, salvo los castellanizados por el uso o cuando se tratare de los nombres de los padres del inscrito, si fuesen de fácil pronunciación y no tuvieran traducción en el idioma nacional. Queda exceptuado de esta prohibición el nombre que se quisiera imponer a los hijos de los funcionarios o empleados extranjeros de las representaciones diplomáticas o consulares acreditadas ante nuestro país, y de los miembros de misiones públicas o privadas que tengan residencia transitoria en el territorio de la República tampoco pueden ser una opción en este país, al igual que los apellidos como nombres. Más de tres nombres y primeros nombres idénticos a los de hermanos vivos tampoco pueden llevar los menores en la Argentina. Yo no creo que haya un lector que no conozca a un William, Harry o George. Esto es una necesidad para el pueblo colombiano; además de empezar a darnos un poco más de amor por nuestro maravilloso castellano. Si usted admira tanto como yo a esos héroes, llame así a un perro, gato o conejo, no a sus preciosos hijos.



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